En el aeropuerto conversé con una mujer que era llevada hacia un asilo de ancianos. Muy apresuradamente, me comentó que su hijo la enviaba al asilo porque su nuera la consideraba una molestia. Es posible que esta mujer se conmiseraba de su situación; y aunque no apruebo la actitud del hijo, pero nosotros tenemos el poder de decidir como enfrentamos nuestra realidad.

Recientemente, mi esposo visitó a una anciana en un asilo, y la encontró muy vigorosa y llena de vida. Le contó que tiene novio, y su rostro se iluminaba cuando hablaba de él, estaba con muchos deseos de vivir. Me encantó saber esta noticia. Posiblemente esta anciana tampoco deseaba ser enviada al asilo; pero una vez ahí, encontró la forma de vivir. Creo que él no sabe que es su novio, pues el contacto que han tenido es un apretón de manos y un beso en la mejilla, pero eso no detiene a esta mujer a vivir una ilusión, a recordar la maravillosa experiencia que vivimos los humanos, de enamorarnos. Me gustó saber que esta mujer de edad avanzada se encuentra feliz, viviendo su vida hasta el último suspiro.

¿Recuerdas tu propia experiencia de amor? Es un sentimiento tan intenso que te vitaliza y te energiza, despertando todos tus sentidos para sentirte bella, joven, atractiva, y valiosa.

Salmo 146:2: “Alabaré al SEÑOR toda mi vida; mientras haya aliento en mí, cantaré salmos a mi Dios.” (NVI)

Conozco a personas jóvenes, que tienen un corazón envejecido por la amargura de no haber encontrado el amor, de no haber sido exitosos en el ámbito laboral, o porque no se les dieron sus caprichos; motivos que son válidos, pero que no merecen la atención que les préstamos.

La vida es tan corta, pasajera, y a menudo desperdiciamos esos preciosos minutos que tenemos en lamentaciones y amarguras por las cosas que no salieron como deseábamos, por las puertas que se cerraron frente a nosotros, y nos cegamos para no ver lo más importante que tenemos, las personas que amamos, que están ahí esperando a que reaccionemos y les dediquemos nuestro tiempo.

Recuerdo con dolor cuánto tiempo desperdicié en una depresión, que no me permitió gozar de ese momento que vivía, de ese ser amado que tenía ahí, junto a mí, orando por mí, estando presente para poder abrazarla. Hoy la depresión ya no existe, pero ella tampoco está, ya partió a su morada eterna. El tiempo se escabulló como arena en mis manos, que continúa deslizándose.

Encuentra ese motivo para vivir, esa meta por alcanzar, vigorízate con una ilusión, el tiempo correrá, hagas algo, o no hagas nada. Aprovecha cada minuto que tienes vida para alabar a Dios en agradecimiento por sostener tu mano en los momentos difíciles, por la familia en la que te hizo habitar, y por toda buena dádiva que viene a tu encuentro.