Las emociones (Series)
Cuando era niña, mi familia organizó un paseo a un pueblo cercano a mi casa, con un clima cálido y muchos lugares para descansar. Al llegar, lo primero que me fijé fue en una piscina, y sentí temor porque no era una buena nadadora. Sin embargo, me lancé al agua, siempre con la precaución de mantenerme en la parte menos profunda. Sin darme cuenta, en un momento de descuido, me vi en una parte en la cual mis pies no tocaban el fondo, y empecé a bracear desesperada, tratando de mantener mi cabeza fuera del agua. Fue una sensación de desespero, impotencia y de rendición, en la que faltaba el oxígeno y mi cuerpo no respondía. Solo podía sentir mi corazón acelerado y mi mente concentrada en que era inevitable el ahogamiento. En un momento me tomaron por el brazo y me sacaron rápidamente de la piscina, era mi padre, quien estuvo atento a aquellos momentos; y aunque para mí fueron eternos, para mi padre solo le tomó segundos acercarse rápidamente para salvar mi vida.
Esta sensación es la misma que en muchos momentos hemos sentido en situaciones diferentes, como en nuestra vida emocional, en nuestra parte económica o en nuestro trabajo, solo por mencionar algunas de esas circunstancias.
Esto se llama ansiedad. Ese momento en que tenemos la sensación de que nos estamos ahogando, que no vemos salida, y solo escuchamos un corazón palpitante y un cerebro que cada vez recibe menos oxígeno para no dejarnos pensar.
Sin embargo, lo que nunca debemos dejar de lado es el saber que nuestro Padre está junto a nosotros y que si en ocasiones nos parece una eternidad, su respuesta es seguro que lo hará en el momento justo y no nos dejará ahogar en nuestras aflicciones.
Qué diferente habría sido si cuando estaba en la piscina, en lugar de sentirme perdida, hubiera tenido en mi boca el grito pidiendo ayuda a mi padre, pues su respuesta hubiera sido aún más rápida; porque esa voz pidiendo ayuda sería esa muestra de que no estábamos dejando todo en nuestra capacidad para afrontar el problema y que por el contrario era un llamado desesperado de fe; cuánta ansiedad me hubiera evitado. La palabra nos dice: » No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.» Filipenses 4:6-7 (NVI).
Esta anécdota y reflexión solo tiene un fin en mi vida y en la tuya: confía en el Padre y Él quitara de tu vida la ansiedad. Nunca olvides: «Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con la diestra de mi justicia.” Isaías 41:10 (NVI).
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